Estás en guerra cuando te mantienes pasivo frente a las desigualdades de nuestro sistema social y económico, cuando miras hacia otro lado, estás en guerra cuando aceptas la pobreza y te dedicas solo a lo tuyo.
Para hablar de guerra hay que asumir la incomodidad y reconocer apriorísticamente que el mundo donde vivimos no funciona bien, es decir, que nosotros, los humanos, no funcionamos del todo bien.Nosotros hacemos de la palabra guerra algo no solo temible sino también algo real y mortífero.
Reconocer que no funcionamos bien sería una primera premisa para no caer en la más acomodada mediocridad frente a toda clase de conflictos que, -en apariencia- se dan fuera de nuestros muros.
Y es que aquello que acontece en el exterior es a menudo un reflejo de lo que sucede dentro. Creer que nuestras acciones son inocuas y no tienen recorrido alguno hacia afuera es un grave error, estamos hechos de una multitud de relaciones intencionales que generan toda clase de consecuencias.Pienso que hablar de guerra sin un ápice de incomodidad es chapucear, o lo que es lo mismo, aquejarse de cierto sufrimiento que con el tiempo acaba acostumbrándose a nuestras entrañas, a nuestra manera de ser y de pensar, dejándonos mudos y al margen de toda autocrítica.
La segunda premisa para hablar de la guerra es, por lo tanto, darse cuenta de que «la hacemos». Porque no funcionamos del todo bien, probablemente ni yo, -quien escribe- ni usted, -quien lee- funcionemos del todo bien.Hay en el homo sapiens una clara tendencia a evadirse de ciertos temas que se presentan como inaccesibles y, por lo tanto, fuera de nuestro alcance: ¿cómo acabar con el racismo?; ¿cómo hacer frente a la pobreza congénita de tres cuartas partes del mundo?;
¿Cómo terminar con la corrupción de la clase política?; ¿cómo educar en la idea radical de que las mujeres son personas?; ¿cómo conservar el Norte hegemónico con cada vez menos recursos naturales a su alcance?; ¿cómo acabar con las guerras?De aquí podría deducirse que los humanos hacemos la guerra porque degradamos una parte de nuestro ser a «la vida política y democrática», depositando en manos ajenas decisiones de una relevancia inmensa como las que hemos mencionado. Una tercera premisa para hablar de guerra es reconocer, por lo tanto, nuestra dejadez en materia de derechos, de los propios y de los demás.
Me asombra escuchar a personas que aseguran que estamos «en guerra», y en cierto modo tienen razón. Estás en guerra cuando eres intolerante, cuando eres racista con tu lenguaje y tus actos, estás en guerra cuando te mantienes pasivo frente a las desigualdades de nuestro sistema social y económico, cuando miras hacia otro lado, estás en guerra cuando aceptas la pobreza y por costumbre te dedicas sólo a lo tuyo.Estás en guerra casi desde que naciste, y ahora, por fin, te enteras, te das cuenta, de que «estás en guerra». En el momento en que pierdes de vista los derechos humanos de los demás, su dignidad, estás haciendo una guerra, ¡tú eres quien la hace!, quien empieza, quien dispara, tú eres quien no funciona.
La última premisa para hablar de guerra tal vez sea aceptar el potencial individual y destructivo de nuestra especie, no solo con nuestros votos o con nuestra indiferencia, sino también con nuestros actos cotidianos. Aunque suene grosero no me da reparo: quien no funciona bien hace la guerra.
Xifré Ramos